Las circunstancias de nuestro planeta que se ve afectado negativamente
por nuestra actividad descuidada y una visión de corto plazo, avalada
por la lógica de los negocios, requiere desarrollar una ética de
responsabilidad por las generaciones futuras que tenga un efecto
práctico sobre nuestras acciones.
Uno de los rasgos más
característicos de la tecnociencia contemporánea consiste en que su
desarrollo se da en medio de controversias sociales y conflictos de
valores entre los diversos agentes que participan en su conformación. La
relación de la sociedad con el poder tecnocientífico se ha modificado
(de la simple aceptación pasiva y la confianza plena, a la preocupación e
interés por controlar sus posibles efectos negativos). Particularmente,
este marco de controversias sociales ha sido significativo en el caso
de la biotecnología, como también lo había sido en los debates acerca de
la seguridad de la industria nuclear, la industria química o la
farmacéutica. Así pues, la relación entre la tecnociencia y la sociedad
se ha vuelto conflictiva, controversial, y ello se debe al mayor interés
social en la reducción de los riesgos para el medio ambiente y la salud
humana que conllevan las realizaciones tecnocientíficas.
El
surgimiento de las controversias tecnocientíficas muestra que el viejo
modelo industrial que desarrollaba innovaciones sin que la sociedad
conociera y participara en su evaluación parece ya no ser adecuado. En
ese antiguo modelo industrial sólo la evidencia de daños ya causados a
la salud o al medio ambiente era un motivo justificado para retirar o
modificar una realización tecnológica. Por el contrario, se perfila en
nuestros días un nuevo modelo de relación entre la sociedad y la
tecnociencia, que busca reducir los riesgos, mediante el control y la
prueba de los efectos, con el fin de evitar probables consecuencias
dañinas sobre el ser humano y el medio ambiente.
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